martes, 29 de abril de 2008

El amor eterno sí existe

"Recién acabas de cumplir 82 años. Y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace 58 que vivimos juntos y te amo más que nunca. Hace poco volví a enamorarme de ti una vez más y llevo de nuevo en mí un vacío devorador que sólo sacia tu cuerpo apretado contra el mío. Por la noche veo la silueta de un hombre que, en una carretera vacía y en un paisaje desierto, camina detrás de un coche fúnebre. Es a ti a quien lleva esa carroza. No quiero asistir a tu incineración; no quiero recibir un frasco con tus cenizas. Oigo la voz de Kathleen Ferrier que canta Die Welt ist leer, Ich will nicht leben mehr [El mundo está vacío, no quiero vivir más] y me despierto. Espío tu respiración, mi mano te acaricia. A ninguno de los dos nos gustaría tener que sobrevivir a la muerte del otro. A menudo nos hemos dicho que, en el caso de tener una segunda vida, nos gustaría pasarla juntos".

Así comienza la maravillosa carta en forma de libro que el filósofo y periodista André Gorz escribe a su mujer, Dorine, pocos meses antes de que los dos apareciesen muertos en su casita de Vosnon, en Francia. No hubo dudas de que se trató de un suicidio compartido: ante la enfermedad terminal y los sufrimientos de ella, decidieron poner punto final a sus vidas.

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